¿Sabes a qué me refiero cuando te digo “momento en blanco”? Sí, ese
momento en el cuál o tienes tantos pensamientos que ya no sabes cuál es
el protagonista o simplemente tu mente se vacía por un momento sin saber
qué transmitir exactamente (pero éstos, en su mayoría, suelen ser
escasos). Por lo que me refiero al primero, estoy en aquel momento de
fusión de pensamientos y no solo eso sino de sentimientos, de emociones
en los que no sabes si escribir un texto insultando a la persona que fue
importante para ti. O le escribes un testamento amoroso ingenuamente
pensando que se lo leerá, pero en tu interior sabes que no lo hará. Son
estos momentos en los que no sabes si reír y alegrarte de que por lo
menos estás viva, que tienes más cosas materiales que personas en un
colegio, que puedes elegir lo que comer diariamente y una familia que te
quiere. Esa compuesta por personas que comparten tu mismo ADN o
simplemente el apellido, y otras que no tienen ninguna de las dos cosas,
pero son tan cercanas que las consideras de tal. O llorar ya que de
fondo estás escuchando música muy apropiada para tal situación, y a eso
añádele que tienes un sentimiento muy grande de impotencia, otro menor
de rabia con un toque de dolor y esencia de ilusiones rotas.
Sinceramente todos sabemos que dentro de 20 años más estas
circunstancias dolerán menos, que simplemente reiremos y lloraremos por
cosas más importantes. Pero de momento nos toca esto recorrer el camino y
hacernos personas duras entre paso y paso. Con la valentía de saltar y
brincar en él, pero con cautela de no volver a tropezar más. Ahora, hoy,
en este instante, con la corta vida que tengo puedo asegurar que el
“momento en blanco” para mí es la fusión más amarga, y que duele como
puñaladas en piel.
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